Cuando Donata Chesi me envió el texto que escribió como adiós antes de subir al avión en Ezeiza junto a su marido con rumbo a España donde vivirá cerca de uno de sus hijos, no dudé ni un segundo en publicarlo. En algunos de los comentarios de los muchos que tuvo el correo de lectores, hubo quienes se preguntaron por qué era noticia el viaje de esta mujer y otros le dedicaron palabras realmente vergonzosas y miserables a alguien que no conocen y de quien no saben absolutamente nada. Me dolió y me dio mucha pena, ni siquiera por Donata que ya está disfrutando del amor de hijos y nietos océano mediante, sino por la poca calidad humana y el innato instinto de agresión que algunas personas tienen a flor de piel, que se mezcla con una soberbia ignorante y vacía que lastima e incrimina así sin más, o peor aún… por un sesgo ideológico que termina haciéndonos mal a todos.
Donata, una vecina no residente geselina, acompañó, se interesó y medió por dos familias de esta ciudad que sufrieron la peor cosa que puede pasarle en la vida a alguien: que asesinen a un ser querido. Ella sabe como estar con quienes sufren estos huracanes que apagan la vida de cualquiera, porque a ella le pasó lo mismo. Mientras que muchos de los que atacan a Donata porque se despide de su país aludiendo que lo extrañará y que espera que Argentina «encuentre una salida frente a la corrupción y le devuelva a sus ciudadanos el derecho a la felicidad», le dieron la espalda y respondieron con frialdad y desinterés a la angustia y el dolor de dos familias que en esta ciudad lloraron y lloran una desaparición seguida de muerte de un pibe de 19 años y un ataque violento que se cargó la vida de un jubilado. Estoy hablando de Marcelo Medina y de Basilio Mazzeo.
Cuando hice las notas sobre el crimen de Mazzeo, el jubilado de 82 años que murió ante los ojos de su compañera de toda la vida, castigado con un tenedor en la cabeza por dos delincuentes, un día recibí el llamado de Donata a quien yo no conocía.
Ella me contó que había leído las notas sobre el caso y estaba muy angustiada por lo que había pasado con el vecino de zona sur, ya que su padre había sido asesinado en San Isidro de una manera muy parecida.
Donata me consultó sobre la familia, quería hablar con ellos para ayudar y colaborar en lo que son los primeros días de una tragedia familiar que, cegada por el dolor, muchas veces se paraliza y no sabe que hacer o no tiene en cuenta cuestiones vitales para lo que será luego la investigación y la causa por el crimen para encontrar a los autores y lograr aunque sea, justicia.
Yo había estado con la viuda de Mazzeo y con sus hijas, principalmente con Karina. Las conecté y traté de que Karina, a pesar del dolor y la desesperación, no dejara de comunicarse con Donata y el equipo de la ONG Usina de Justica, el cual integra.
Así empezamos una linda y respetuosa relación con la mujer que voló a España, que hizo la escuela primaria en Villa Gesell debido a que su papá construyó varios departamentos en la ciudad cuando ella era solo una nena.
Donata me contó cómo fue criarse en la Villa Gesell de hace 60 años atrás, sus aventuras familiares en el Cine Atlantic y luego la vida compartida entre su San Isidro natal y La Villa.
Cuando nuestra incipiente amistad se iba haciendo más natural y dejó de conectarnos solamente el asesinato de Mazzeo, ocurre la desaparición de Marcelo Medina, el joven de 19 años que se fue de su casa en medio de un brote psicótico.
Ahí nuevamente Donata desde su rol como miembro de Usina me planteó algo que me dio pauta de su empatía, solidaridad y humanidad. Quería ayudar a esa familia que estaba denunciando la desaparición de su hijo y el escaso acompañamiento que tenía por parte de la policía local y una parsimonia y desinterés de la fiscalía, que llamaban la atención.
Pero en ese momento, Usina de Justicia no podía intervenir directamente en el acompañamiento de la familia Medina, ya que Marcelo no estaba muerto, sino desaparecido. Sin embargo Donata, desde la empatía y la convicción de luchadora que encarnó en la búsqueda de justicia por el crimen de su padre y por su fibra de mamá, logró que los abogados de Usina patrocinaran a Carina Paredes y Miguel Medina, ad honorem y de forma particular.
Donata y yo hablábamos semanalmente, nos acompañábamos y trabajábamos juntas para sostener desde la difusión, el derecho a la justicia y la visibilización de la búsqueda de Marcelo, para que no se apague. Ella, por su recorrida de 8 años de experiencia en Usina y la titánica tarea de sortear la burocracia judicial y la insensibilidad de fiscales, sabía mejor que nadie lo que los padres de Marcelo estaban pasando.
Donata escribió varias notas para medios nacionales sobre la falta de acceso a la justicia donde citaba el caso de Marcelo, hicimos algunas entrevistas en Por la 3 sobre la situación de soledad de los Medina, pero sobre todo Donata colaboró con la escucha y le dio los concejos que solo una familiar de una víctima sabe dar.
En poco tiempo quise y admiré a Donata, una médica ahora jubilada, a quien le presenté a la vecina Gabriela Covelli para que conozca de su lucha por la mala praxis que le quitó la vida a su hijo Nicolás. El día que las presenté y tomamos un café en una confitería en Mar de las Pampas, sentí orgullo por conocer a esas dos grandes mujeres, valientes y encontrándose en el dolor pero también en la fortaleza. Pude ver como a través de Donata, Gabriela pudo conectar con la médica ser humano y se que eso le hizo bien a las dos, que aunque no se conocían, ahí estaban reconciliando partes y siendo una.
Esto que cuento es solo una parte de mis vivencias con Donata, que fueron algunas más y del orden personal. Tan sincera y natural amistad creamos que hace un mes la acompañé a cumplir su deseo de entrar a la escuela 1 para caminarla y recordar sus años de estudiante.
Donata se estaba despidiendo de todo y entrar a la Escuela Gabriela Mistral era parte de esa despedida de su Gesell querida. Yo la acompañe y la retraté en la que había sido su aula y reconociendo el viejo edificio.
No me quiero extender, ni irme por las ramas… pero sentí la necesidad de contarles quien es Donata Chesi y por qué cada vez que quiso expresarse sobre estos temas y otros, le abrí la puerta de Por la 3.
Donata se involucró, se puso la camiseta del clamor por justicia y expresó la impotencia por la desidia y el abandono de los familiares de víctimas, como no lo hicieron cientos de geselinos que amparan la injusticia y el pisoteo de derechos elementales con su silencio cómplice y dando vuelta la cara para otro lado.
La mujer que algunos agreden, atacan y discriminan detrás de una pantalla, logró que de los cinco delincuentes que atacaron y mataron a su padre, dos hayan ido presos. Uno fue condenado a cadena perpetua y otro a 17 años de prisión. Se involucró en una ONG para ayudar a los familiares de víctimas de asesinato, ejerció la medicina en este país durante 40 años y formó una familia, que lamentablemente sufrió de manera atroz la muerte de su padre.
Desde dónde se puede señalar, criticar y prejuzgar a una mujer que lo intentó todo, lo dio todo y que no pudo y no consideró pertinente oponerse a que sus hijos elijan una vida lejos de nuestro país y hoy sienta la necesidad de estar con ellos?
Bajo que fundamentos éticos y morales un internauta cualquiera arremete y discursa sobre si está bien o mal que esta mujer y cualquier argentino decida migrar.
La patria ya la hizo Donata, otros sin embargo creen que ser nacionalista es vivir con orgullo, con los oídos tapados, los ojos cerrados y mirando la vida desde una perspectiva monocromática que alude a la fantasía de que, como dijo uno de los comentaristas: «Esto pasa en todas partes del mundo. Porque la cuestión no es el lugar. Hay gente que la pasa igual de bien o mal allá lejos. Hay personas que idealizan el exterior, que siempre lo idealizaron. El sueño americano, el sueño europeo. Yo elijo el sueño argentino y el sueño Geselino. Elijo mí ciudad, mí hospital que es donde trabajo, mis vecinos».
Casualmente, este profesional geselino que considera vivir bien como un «sueño europeo» es parte de un sistema de salud público que no funciona, que daña la salud de vecinos y vecinas y que estuvo ausente la madrugada del 8 de mayo cuando el área de Salud Mental a la cual pertenece, se deshizo del pibe que hoy está muerto y no sabemos por qué. Esta familia geselina, abandonada por todos los sistemas, por lo menos tuvo la ocasión de que una señora llamada Donata, haya puesto a su disposición un poco de su espíritu y humanidad, para amortiguar un pedido de justicia que duerme el «sueño geselino».
Jorgelina Mena
Periodista